Nuestra alimentación es el resultado de múltiples y complejas relaciones donde lo biológico y lo cultural se integran hasta el punto de ser inseparables. Hemos hecho un rápido recorrido por algunas de las principales transformaciones alimentarias para señalar que nuestro cuerpo ha cambiado muy poco en los últimos 100.000 años siendo el producto de la adaptación de culturas de caza recolección a ambientes donde la norma era la alternancia de períodos de abundancia con períodos de escasez.
La segunda revolución alimentaria todavía esta impactando en el cuerpo ahorrador ya que apenas nos hemos adaptado a la alimentación basada en cereales.
Pasaron miles de años donde la subnutrición fue la condición normal del 90% de la humanidad, visualizada en la existencia de cocinas diferenciales y cuerpos diferenciales: ricos gordos y pobres flacos.
La tercera revolución alimentaria nos legará la transformación total del medio ambiente y un aumento extraordinario de la población y la producción, reinstalando la posibilidad de la opulencia alimentaria que generará un sinnúmero de nuevos problemas. En este contexto, el aumento de enfermedades crónicas no transmisibles como la obesidad o la diabetes, marcan nuestro tiempo.
Si no cambiamos nuestra manera de comer, estaremos en la extraordinaria situación de ser una especie que se suicidó transformando en veneno sus alimentos y a nivel económico-ecológico, si no cambiamos los patrones de consumo de todos, de los que tienen y de los que no tienen, terminaremos devorando el planeta.
Ante la ingenuidad de las salvaciones individuales, la magnitud de la crisis de la alimentación asume proporciones planetarias. De esta crisis de civilización donde está en jaque la estructura y la subjetividad, deberíamos salir en conjunto.
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